El que sigue es un relato –personal e inconcluso- de lo vivido por quien suscribe durante la jornada del día 22. Son unas escuetas pinceladas que, hilvanadas, pretenden acercar el pasado Sábado Santo a quienes nos leen visto a través de la mirada subjetiva de este Diputado de Caridad y, de paso, con el ánimo de compartir mi tristeza y hacerla más liviana..
Por la mañana se preparaba el refresco para los hermanos costaleros en el bar de la Casa de la Cultura. Mientras, en la capilla de la iglesia, otros hermanos y hermanas –muchos niños- ultimaban las flores para la lluvia de pétalos sobre el palio y dejaban dispuestos todos los enseres.
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Este año teníamos una tarea extra: colocar una cortinilla sobre la placa con el nombre de Plaza Cristo de las Aguas, que iba a inaugurarse al paso de nuestra Cofradía por la antigua iglesia de la Concepción. Hicimos bromas y nos fotografiamos “para la posteridad”. Y, ya en ese momento, la primera llamada a la Agencia Estatal de Meteorología.
Este año teníamos una tarea extra: colocar una cortinilla sobre la placa con el nombre de Plaza Cristo de las Aguas, que iba a inaugurarse al paso de nuestra Cofradía por la antigua iglesia de la Concepción. Hicimos bromas y nos fotografiamos “para la posteridad”. Y, ya en ese momento, la primera llamada a la Agencia Estatal de Meteorología. .
Tras el almuerzo, y casi sin tiempo para el reposo, vestido de nazareno, regresaba a la parroquia. Después de media hora en la puerta de la sacristía para controlar la entrada de personas al templo, me dirigía con los hermanos Encarni Galván, Alfonso Carlos López y Juan Antonio Escote a la residencia de ancianos. Allí recogíamos a varios abuelos y los llevábamos a un lugar de preferencia frente a la puerta para ver la salida de nuestra Cofradía, como solemos hacer cada año.
Tras el almuerzo, y casi sin tiempo para el reposo, vestido de nazareno, regresaba a la parroquia. Después de media hora en la puerta de la sacristía para controlar la entrada de personas al templo, me dirigía con los hermanos Encarni Galván, Alfonso Carlos López y Juan Antonio Escote a la residencia de ancianos. Allí recogíamos a varios abuelos y los llevábamos a un lugar de preferencia frente a la puerta para ver la salida de nuestra Cofradía, como solemos hacer cada año.
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A las seis y diez minutos aparecía la cruz de guía y, a continuación, todo el cortejo procesional. ¡Cuántos nazarenos! Pasada la banda de música que acompañaba al palio, conducíamos a los abuelos de vuelta a la residencia para incorporarnos después a nuestro lugar en la Estación de Penitencia. Comenzaban a caer las primeras gotas.
A las seis y diez minutos aparecía la cruz de guía y, a continuación, todo el cortejo procesional. ¡Cuántos nazarenos! Pasada la banda de música que acompañaba al palio, conducíamos a los abuelos de vuelta a la residencia para incorporarnos después a nuestro lugar en la Estación de Penitencia. Comenzaban a caer las primeras gotas.
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Desde el puesto gentilmente asignado veía los pasos demasiado juntos, tal vez respondiendo a una decisión adoptada por los miembros de la Junta mientras yo permanecía fuera. No anduve más de treinta metros cuando escuchaba la voz del Hermano Mayor, a mi lado: “nos recogemos”. Para entonces comenzaba a llover más fuerte.
Desde el puesto gentilmente asignado veía los pasos demasiado juntos, tal vez respondiendo a una decisión adoptada por los miembros de la Junta mientras yo permanecía fuera. No anduve más de treinta metros cuando escuchaba la voz del Hermano Mayor, a mi lado: “nos recogemos”. Para entonces comenzaba a llover más fuerte..
Lo vivido a partir de ahí es una pesadilla que prefiero guardar en mi interior, en esa parte de la memoria destinada a los malos recuerdos –esos que dicen que la mente intenta alejar cada vez que vienen a nuestro pensamiento. Sólo quiero hacer mención de un último momento: la espera ante la puerta de la iglesia, el palio ya dentro, bajo la intensa lluvia cuyos goterones sonaban sobre el cartón de mi maltrecho capirote y que –mágicamente- me transportaban al Sábado Santo de 2007: ¡era el mismo repiqueteo de la lluvia de pétalos que me cayó encima el año pasado! Aún me quedaba mucho por llorar...
Lo vivido a partir de ahí es una pesadilla que prefiero guardar en mi interior, en esa parte de la memoria destinada a los malos recuerdos –esos que dicen que la mente intenta alejar cada vez que vienen a nuestro pensamiento. Sólo quiero hacer mención de un último momento: la espera ante la puerta de la iglesia, el palio ya dentro, bajo la intensa lluvia cuyos goterones sonaban sobre el cartón de mi maltrecho capirote y que –mágicamente- me transportaban al Sábado Santo de 2007: ¡era el mismo repiqueteo de la lluvia de pétalos que me cayó encima el año pasado! Aún me quedaba mucho por llorar...
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