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domingo, 8 de noviembre de 2009

Salvador Isern: "Vivencias en el convento"

Este es un año repleto de aniversarios, que nos hace recordar tiempos pasados que no volverán y que dejaron vivencias inolvidables que debemos recordar y celebrar.

2009: celebramos los cien años de la llegada de las HERMANAS DE LA DOCTRINA CRISTIANA a Guadalcanal en 1909. Fue una efemérides muy importante para nuestra pueblo. La vida espiritual, social y cultural se vieron fortalecidas. En los 89 años que estuvieron en el convento salieron muchas generaciones con formación y valores que aún hoy en día perduran.

La familia Isern Anglada llegamos a Guadalcanal el día 1-9-1940 y de los ocho hermanos (menos Esteban, el mayor, que llegó con nueve años y fue a los Jesuitas de Villafranca de los Barros) fuimos al convento; yo fui cuando aún no tenía un año ni caminaba; mi madre había contraído las fiebres de malta.

El convento era nuestra segunda casa: salíamos por la mañana de la calle San Sebastián (hoy D. Juan Campos), la plaza de España, Muñoz Torrado, calle Milagros, Granillos y Espíritu Santo; siempre subida y nos quedábamos a comer; lo que menos me gustaba eran los soldaditos de pavía o buñuelos de bacalao y los fideos; gracias a la constancia de las monjas acabaron gustándome. El regreso a casa era todo bajada: las casas me parecían muy altas. Las señoras mayores vestían de negro con un mantón y pañuelo en la cabeza. Los inviernos, muy fríos: nevaba y nos salían sabañones en las orejas y en las manos y nos rascábamos hasta sangrar.

Los primeros recuerdos del convento son a los cuatro años: la iglesia, el patio, el pilón, el laurel en medio del patio, la campana y las madres Angelita y Mª de la Cruz, y amigos, muchos amigos, a cual peor, traviesos y muy inocentes (salí del convento sin saber quiénes eran los Reyes Magos). El recreo era la mayor ilusión: salir al patio, meternos en el pilón, tocar la campana, subir al laurel. Era una aventura que terminaban en la covacha.

La Madre Mª de la Cruz, que me tenía mucho cariño, me castigaba de rodillas, cara a la pared, cuando no estaba atado a la pata de la mesa. Siempre se lo he agradecido y no me produjo ningún trauma. El convento lo recuerdo como la mejor época de mi vida, de formación, conocimientos, aventuras, experiencias y cariño: era una prolongación de la familia.

En el convento aprendimos la base de todo lo que hoy sabemos: a leer, escribir, la tabla de multiplicar de memoria (que aún hoy utilizo), las cuatro reglas, el catecismo, a dibujar, jugar y sobre todo rezar. Nos enseñaron valores: respeto a los mayores, a los maestros, a las niñas, amigos y a la vida; para mí era un centro de formación y sabiduría.

En verano venían señoritas de Sevilla en régimen de internado; de mi época eran Conchita Ortega y las hermanas Mª Carmen y Esperanza Espinosa.

A los siete años, después de hacer la 1.ª comunión, te” licenciaban” y abandonabas el convento con mucha pena y con ganas de volver y pasabas a la escuela pública, donde también había buenos maestros y ampliabas conocimientos, pero lo esencial , la base, lo habías aprendido en el convento.

Todos debemos colaborar para que no se pierda y siempre tenga lugar la formación, la cultura y sea lugar de encuentro para todos los que sentimos aquello como nuestra casa.

SALVADOR ISERN ANGLADA
Antiguo alumno del convento.

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