Nuestro hermano Rafael Perelló ha sido tan amable de escribir unas líneas en las que nos cuenta sus emociones mientras se producía la llegada de los pequeños. Las fotos son de Mari Luz Ruiz. Sirvan texto e imágenes como una breve "crónica de urgencia":
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Las personas adultas deben tener paciencia en los momentos más entrañables y esperados, por mucho que estos se demoren.
Hoy, día 17 de julio, y después de tantas anomalías y contrariedades, al fin pudo ser que nuestros queridos niños bielorrusos -a excepción de Sasha, que tardará dos días más- estén ya definitivamente con nosotros.
La espera en el aeropuerto ha sido emocionante y llena de nerviosismo; de charlas continuas y de miradas esperanzadas, primero al panel de llegada de los distintos vuelos y posteriormente a la puerta de desembarque.
Corrían los minutos con demasiada lentitud y allí seguíamos nosotros: Joaquín y Mari Luz con sus dos hijos (Alejandro y Alberto), y yo con mi mujer, acompañados por mi hija Irene y mi sobrina Marta, deseosos todos de que finalizara tan larga espera, embargados por la emoción al ver el aviso de llegada del vuelo procedente de Minsk y expectantes junto a la puerta de salida por donde transitaban los pasajeros de los diferentes vuelos.
Habían transcurrido dos horas desde nuestra llegada al aeropuerto y ya en nuestros rostros se veía reflejada la alegría y la seguridad de saber que, al igual que los familiares y amigos de los pasajeros ya desembarcados habían tenido la satisfacción de abrazarlos y besarlos, nuestro turno estaba a punto de llegar.
Minutos después nuestro sueño se hacía realidad, y por fin, llegó el momento tan esperado: ya estaban aquí Pavel y Karalina. No podíamos apartar la mirada de ellos. Nos embargó un enorme sentimiento; notamos una aceleración emocional indescriptible, el corazón palpitaba con rapidez y las lágrimas daban paso a un llanto paradójicamente tan alegre que nos impulsó a todos a abrazarlos con euforia y entusiasmo.
Toda la incertidumbre e inseguridad que nos habían transmitido meses y días antes los responsables de la Hermandad de La Cena estaban ya disipadas y, ¡al fin pudo ser!: nuestros queridos niños están aquí otro año más. ¡Gracias a Dios!
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