Se acaba el plazo y el lamento no puede ser más desesperado. Y no es para menos, porque está en juego que 2.500 niños y niñas de Bielorrusia vengan a España este verano para descontaminarse, dentro del programa de saneamiento activado unos años después del desastre nuclear de Chernóbil. La culpa de esa inquietud la tiene el Decreto 555, firmado en octubre por el presidente bielorruso, Aleksander Lukashenko, y que impide beneficiarse de esas vacaciones a los mayores de 14 años y a quienes las hayan disfrutado en tres ocasiones previas.
Si no cambia esta norma, el 70% de los niños que iban a viajar este verano a España no podrían hacerlo. Ello haría peligrar todo el programa, porque las subvenciones se conceden en función del número de niños atendidos.
“Es una monstruosidad”, asegura José Antonio Domínguez, presidente de la Federación de Acción Social con la Infancia Bielorrusa. Las asociaciones que traen a los niños deciden la semana próxima si aceptan las condiciones o abandonan el programa después de 15 años. Según la OMS, por cada mes que los chicos permanecen fuera de la zona contaminada prolongan su esperanza de vida entre 12 y 18 meses.
Reyes Herrera, de la Confederación de Hermandades San Cirilo –que gestiona el viaje de casi 800 niños–, tiene claro que a Lukashenko no le gusta lo que aprenden aquí, los valores democráticos y un estilo de vida distinto al de su país. Ella piensa que “o vienen todos, o ninguno” y confiesa estar “al borde la histeria”. Aun así, Lukashenko todavía puede dar luz verde. Si es así, los primeros aviones despegarían de Minsk a partir del día 19 de este mes.
En nuestra Hermandad estamos a la espera de recibir noticias más esperanzadoras; de todos modos, en caso de la venida de los niños, su estancia entre nosotros se vería reducida este verano a sólo un mes. Es un acto inhumano que las autoridades bielorrusas conviertan a los niños en una especie de "rehenes" con la pretensión de que el régimen dictatorial del país siga sobreviviendo.
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