Escribo esta breve reflexión mientras veo por internet las desoladoras imágenes de la Hermandad de Santa Cruz de Sevilla regresando apresuradamente a su iglesia rodeada por un mar de paraguas.
“Abril, aguas mil”. En nuestra Cofradía llevamos varios años padeciendo la incertidumbre de la situación del tiempo el Sábado Santo. Ya es una tradición que, mientras ultimamos los preparativos para el refresco a los hermanos costaleros, hagamos la pertinente llamada al Instituto Nacional de Meteorología.
Para una Junta de Gobierno es un duro dilema el tener que decidir, ante unas circunstancias inestables del tiempo, si salir en Estación de Penitencia o permanecer en la parroquia. Si se sale y llueve se nos puede tachar de irresponsables; si no se sale y no llueve seremos, para algunos, unos miedosos.
Recuerdo con especial emotividad –tengo grabadas en mi memoria las caras de mis buenos amigos María José Chaves y Juan Gálvez con lágrimas en los ojos— cuando hace unos años nuestra Estación de Penitencia fue sorprendida por la lluvia: el paso del Santísimo Cristo de las Aguas discurría por la calle Andrés Mirón y fue trasladado a la iglesia a paso de “mudá”. Peor lo tuvo el paso de la Santísima Virgen de los Dolores, en plena calle López de Ayala arriba; se intentó cubrir el palio con un plástico, pero el viento hacía dificultosa la maniobra y hubo que desistir. El suceso me sorprendió junto a Manuel Chaparro ante el paso, y la sensación de impotencia es tan inmensa que no se la deseo a nadie.
Por eso, cada vez que nos reunimos en Cabildo Extraordinario de Oficiales para decidir qué hacer en casos como este, mi opinión es siempre la misma: ante la duda, lo sensato es no salir. Es preferible hacer la penitencia resguardando nuestras Sagradas Imágenes dentro de la iglesia –por doloroso que resulte-- antes que contemplar esas estampas tan tristes de una Cofradía desangelada e indefensa por esas calles a causa de la lluvia. El patrimonio legado por nuestros mayores es merecedor del máximo respeto y cuidado y no debe ser expuesto a una decisión alocada y espontánea provocada por un excesivo sentimentalismo que quizá no tenga en cuenta que la Estación de Penitencia ha de hacerse con unas condiciones mínimas de recogimiento y devoción que no propicia, en modo alguno, una tarde de lluvia.
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