La fiesta de nuestra Madre y Señora de la Merced me ofrece, un año más, la ocasión para dirigir unas palabras de gratitud y aliento a cuantos formáis esta gran comunidad en la que, directivos y funcionarios, capellanes y colaboradores os empeñáis en ayudar a quienes son el primero e incuestionable motivo de vuestro interés y preocupación: los hombres y mujeres privados de libertad y que cumplen una deuda de justicia con la sociedad.
Las autoridades tienen la obligación de garantizar la justicia y el derecho ciudadano, así como el bien común de toda la sociedad. Es una responsabilidad ineludible. Pero, al mismo tiempo, asumir el compromiso de procurar la rehabilitación de quienes hayan cometido un acto contra los derechos de las personas.
Una labor, ésta de contribuir a la rehabilitación de los reclusos y reclusas, que requiere una preparación adecuada, constancia en llevar a cabo los programas mejor elaborados y saber afrontar las dificultades, sobre todo la de superar la duda acerca de la eficacia de todo este empeño en una posible reinserción social de los presos.
Al tratarse de unas personas, los números no son lo más significativo. Hay verdaderas conquistas interiores que con dificultad pueden evaluarse. En educación, siempre queda la posibilidad de que dé fruto aquello que se ha sembrado.
Para el amor de Cristo nunca hay puertas cerradas, ni espacios a los que no se pueda llegar. Esta es la razón de la catequesis penitenciaria: hacer resonar la misericordia de Cristo en el corazón de esas personas privadas de muchas cosas, pero nunca de la libertad de poder elegir el ponerse bajo el amparo y el favor de Dios y de las actitudes y comportamientos de Cristo, que siempre escucha, perdona y ofrece una nueva forma de vivir. La esperanza no es simplemente aguardar a que pase el tiempo, sino el vivir cada día aquello en lo que se cree.
Queremos que el amor de Cristo se haga presente también en las cárceles, como decía Benedicto XVI, de ahí que "descubrir el rostro de Cristo en cada uno de los detenidos refleja adecuadamente vuestro ministerio como un encuentro vivo con el Señor. En efecto, en Cristo el amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí, de modo que en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios" (Encuentro de pastoral penitenciaria, 6-9-07).
La cárcel es lugar de reclusión. Pero una cosa es "estar en la cárcel" y otra "vivir encerrado en la cárcel". Lo primero es inevitable para cumplir una sentencia condenatoria. Pero, se puede estar allí sin quedar apresado por todo aquello que puede ser lo más negativo y duro de la prisión: falta de esperanza, sentirse derrotado y sin posibilidad de regeneración, llenarse de odio y deseo de venganza, perder la confianza en Dios.
De esta cárcel se ha de salir cuanto antes. Y esta es la finalidad de la pastoral penitenciaria, que ayuda a sentir la presencia de un "Vigilante interno", de una gracia del Espíritu de Dios, de una conciencia que señala un camino de arrepentimiento y de una nueva forma de vivir siguiendo el ejemplo y la palabra de Jesucristo, el Acompañante invisible, pero real y cercano.
La Virgen María es Madre. La que comprende y alivia siempre. La que acerca a su hijo Jesucristo. A ella le pedimos su protección para todos los que carecen de libertad, para cuantos tenéis que ayudarles a enderezar el camino equivocado de una conducta que les ha conducido a la prisión.
+ Carlos, Cardenal AmigoVallejo
Arzobispo deSevilla
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