Página de información y opinión de los hermanos y hermanas de la Real e Ilustre Hermandad del Santísimo Sacramento y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de las Aguas, el Señor Sentado en la Peña y Nuestra Señora de los Dolores (Guadalcanal).
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lunes, 24 de marzo de 2008

Mi Sábado Santo

El que sigue es un relato –personal e inconcluso- de lo vivido por quien suscribe durante la jornada del día 22. Son unas escuetas pinceladas que, hilvanadas, pretenden acercar el pasado Sábado Santo a quienes nos leen visto a través de la mirada subjetiva de este Diputado de Caridad y, de paso, con el ánimo de compartir mi tristeza y hacerla más liviana.
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Por la mañana se preparaba el refresco para los hermanos costaleros en el bar de la Casa de la Cultura. Mientras, en la capilla de la iglesia, otros hermanos y hermanas –muchos niños- ultimaban las flores para la lluvia de pétalos sobre el palio y dejaban dispuestos todos los enseres.
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Este año teníamos una tarea extra: colocar una cortinilla sobre la placa con el nombre de Plaza Cristo de las Aguas, que iba a inaugurarse al paso de nuestra Cofradía por la antigua iglesia de la Concepción. Hicimos bromas y nos fotografiamos “para la posteridad”. Y, ya en ese momento, la primera llamada a la Agencia Estatal de Meteorología.
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Tras el almuerzo, y casi sin tiempo para el reposo, vestido de nazareno, regresaba a la parroquia. Después de media hora en la puerta de la sacristía para controlar la entrada de personas al templo, me dirigía con los hermanos Encarni Galván, Alfonso Carlos López y Juan Antonio Escote a la residencia de ancianos. Allí recogíamos a varios abuelos y los llevábamos a un lugar de preferencia frente a la puerta para ver la salida de nuestra Cofradía, como solemos hacer cada año.
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A las seis y diez minutos aparecía la cruz de guía y, a continuación, todo el cortejo procesional. ¡Cuántos nazarenos! Pasada la banda de música que acompañaba al palio, conducíamos a los abuelos de vuelta a la residencia para incorporarnos después a nuestro lugar en la Estación de Penitencia. Comenzaban a caer las primeras gotas.
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Desde el puesto gentilmente asignado veía los pasos demasiado juntos, tal vez respondiendo a una decisión adoptada por los miembros de la Junta mientras yo permanecía fuera. No anduve más de treinta metros cuando escuchaba la voz del Hermano Mayor, a mi lado: “nos recogemos”. Para entonces comenzaba a llover más fuerte.
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Lo vivido a partir de ahí es una pesadilla que prefiero guardar en mi interior, en esa parte de la memoria destinada a los malos recuerdos –esos que dicen que la mente intenta alejar cada vez que vienen a nuestro pensamiento. Sólo quiero hacer mención de un último momento: la espera ante la puerta de la iglesia, el palio ya dentro, bajo la intensa lluvia cuyos goterones sonaban sobre el cartón de mi maltrecho capirote y que –mágicamente- me transportaban al Sábado Santo de 2007: ¡era el mismo repiqueteo de la lluvia de pétalos que me cayó encima el año pasado! Aún me quedaba mucho por llorar...

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